PHOTextos based on a true story

4 de septiembre de 2011

Sala de estar


Martes. Salgo a la calle. Frente a la puerta, entre los contenedores de basura, un hombre trata de arrancar las tripas de un televisor, pero no puede. Me pide ayuda para que sujete de un lado mientras me habla del valor del plomo y del cobre. Al despedirnos, le doy un abrazo tímido. Me dice que hace años que nadie lo abraza. Miércoles. Me espera en la puerta. Hasta que su mujer lo abandonó, reparaba radios y televisores. Ahora los destroza. Lleva nueve años en la calle, tres neumonías y un brazo roto por una paliza en un fotomatón. Jueves. Habla con nostalgia de su abuela y de su pueblo, en Toledo. Viernes. Lo he estado pensando: "¿Por qué no regresas al pueblo? Te dejas querer por tu abuela, comes bien, ganas peso, respiras aire puro, te recuperas, vuelves y yo te ayudo a encontrar trabajo". Sonríe. Sábado. Le compro algo de ropa y el billete de autobús para mañana. Se ducha y afeita en mi casa. "Tú me has invitado a tu casa y yo quiero invitarte a la mía antes de irme", me dice. Tomo una fotografía de la sala de estar, en el soportal de un edificio abandonado. Ojalá el pájaro pintado sea un símbolo. Domingo. Lo acompaño a la estación de autobuses. Tras la ventanilla sonríe y llora a la vez. Junta las manos en gesto de agradecimiento. Lunes. Paso el día pensando que he hecho la buena obra de mi vida y que las puertas del paraíso por fin se han abierto para mí. Martes. Salgo a la calle. Frente a la puerta, entre los contenedores de basura, lo encuentro. Nos miramos con dos formas diferentes de vergüenza. Ni siquiera nos dijimos nuestros nombres. Damos media vuelta sin decirnos nada. No lo he vuelto a ver.

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